El intestino se divide en dos grandes porciones: Intestino delgado e intestino grueso o colon.
El intestino delgado ocupa la parte central del abdomen y tiene dimensiones variables entre 4 y 7 metros de longitud. El intestino grueso o colon rodea como un marco al intestino delgado y comprende las siguientes partes: colon ascendente, colon trasverso y colon descendente, cuya porción inferior describe una S, por lo que se llama sigmoideo. Por último la porción final la constituye el recto, que se continua con el ano.
Todo este trayecto es recorrido por las materias alimenticias, que van progresando gracias a los movimientos propios del intestino. Desde que los alimentos se mezclan con los jugos digestivos del estómago y durante su permanencia en el intestino van sufriendo modificaciones para que puedan ser aprovechados los nutrientes que los componen. Por fin llegan al colon sigmoideo y recto, donde se detienen temporalmente. Por un acto consciente se expulsan al exterior durante la defecación.
La distensión del tubo digestivo estimula la llamada movilidad peristáltica, que hace progresar su contenido. La repleción del recto se percibe como deseo de defecar gracias a la intervención sensitiva que estimula al centro de la defecación situado en la médula sacra. Este centro sacro determina la contracción del colon sigmoideo y recto, para expulsar las heces al exterior ,al mismo tiempo que se produce la relajación del esfínter anal. En este acto de la defecación se contraen además los músculos abdominales y el diafragma.
Todo este mecanismo está regulado en parte por el cerebro, que según las circunstancias pueden fomentar e inhibir las actividades del centro sacro. De esta forma, si no se desea defecar, se contrae el esfínter externo (ano), con lo que se provoca una acción antiperistáltica relajadora del colon.