La lesión medular puede suceder de forma traumática o por enfermedad de la columna vertebral o de la misma médula espinal. La mayoría de las lesiones de la médula espinal se deben al trauma como consecuencia de una fractura del hueso o un desgarro de los ligamentos con desplazamiento de la columna. Esto causa un pellizco de la médula espinal. El trauma vertebral puede presentar contusión con hemorragia e inflamación de la médula espinal o puede producirse un desgarro de la médula espinal y/o sus raíces nerviosas.
Este daño afecta al proceso de transmisión y recepción de mensajes desde el cerebro hacia los sistemas del cuerpo humano, que controlan las funciones sensoriales, motoras y autonómicas, hasta la altura de la lesión. Los mensajes del cuerpo desde la altura de la lesión hacia abajo no llegan al cerebro. El cerebro tampoco puede enviar mensajes a la parte del cuerpo situada por debajo de la altura de la lesión.
La parte superior al punto donde se ha producido la lesión medular funciona con normalidad, ya que recibe las órdenes del sistema nervioso, que son elevados al cerebro a través de la médula, y de estas devueltas a las zonas que dependen de la zona de la médula situada por encima de la lesión.
La parte que corresponde a la misma lesión medular tendrá dañadas, total o parcialmente, las comunicaciones con el cerebro desde la lesión hacia abajo. Sin actividad motora ni sensitiva, lo que se traduce en que, a partir de este punto hacia abajo, el paciente no nota ni mueve su cuerpo.
La actividad nerviosa de la parte inferior a la lesión medular estará regida por un control reflejo dependiente sólo de la propia médula espinal, no del cerebro, como consecuencia de la interrupción de conexiones con el mismo.